lunes, 20 de abril de 2009

Castillo de Naipes

por Gonzalo andRés

Era uno de esos días donde la propia voz se eleva excesivamente, y los oídos parecen estar “protegidos” por gigantes orejeras ante las palabras de los demás. En definitiva, la relación con el mundo se limitó a satisfacer necesidades primarias. Aunque parezca, no se trató de arrogancia; pero bien pudo ser un peculiar ejercicio de alejamiento cuyo origen es diferente para cada caso.

No culpo a aquel que trató de captar mi atención durante ese día. Lo más probable es que esté disgustado por haber recibido como respuesta una negativa, sino la indiferencia. Puedo afirmar que varias personas fueron afectadas; a tal nivel que, mis actitudes impidieron la ejecución de acciones que, para ellos, eran importantes.

Pensar en ese día me inquieta cada vez más. Buscando una explicación, lo único que viene a mi mente es que no tenía importantes cosas para reflexionar, ni tareas pendientes ineludibles e impostergables, ni tenia expectativas sobre algo, ni me había levantado con el pie izquierdo. Ni siquiera me propuse hacerme odiar por la gente, como en otras oportunidades.

Lo que tengo presente de aquel día, es que me encontraba en completa armonía con todos mis sentidos, era capaz de mirar dentro de mí sin interferencia alguna. No había olvidado mis preocupaciones, pero podía observarlas y entenderlas con más calma. Pese a que perdí de vista por momentos a quienes me rodeaban, sabía explicar con claridad mis relaciones con cada uno de ellos. Tenía presente cuáles eran mis objetivos para lo posterior…

Deck of cards by Ivette De la Garza shared under a CC BY-SA 2.0 license.

Se trataba de nada menos que un estado de homeostasis que me brindó una sensación de bienestar, algo que no siempre viene fácil. El ejercicio de alejamiento resultó ser de aproximación hacia mi interior, un escenario que habría deseado que se prolongue tanto tiempo como fuera posible. Y fue en esta especial disposición de mi mente, cuando te conocí. Apareciste en ese magnífico día para abrir mis ojos y mis oídos. Tu llegada derrumbó mis conceptos y meditaciones, como un frágil castillo de naipes.

La inquietud y la ansiedad tomaron el lugar de mi paz. Tu presencia me puso nervioso porque no lograba concebir cómo iba a manejar tu revelación y el desorden producto de ella. Lo único que atiné a hacer fue disfrutar cada segundo de tu compañía, durante el resto de la noche. De cualquier manera, tuve claro que, en la mañana siguiente debía empezar a reconstruirme. Y si de algo estuve seguro en ese momento, es que no quería empezar desde cero por mi cuenta.

Quería hacerlo contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario