lunes, 14 de marzo de 2016

Persecución (2)

por Gonzalo andRés

[Para leer la primera parte, haga clic aquí.]

Para el Doctor A.

Lunes. Siete de la noche. Van por las aceras unos pocos transeuntes. Los sonidos de sus pasos apurados se confunden con la música de la discotienda del vecindario. Había que llegar pronto a casa. Todos tienen un buen pretexto, como asistir a misa o la sesión de bailoterapia, pero el principal: el clima. Conforme pasan los minutos, la neblina se adueña de calles y callejones como queriendo abrazar el asfalto; y uno por uno, los niños dejan el parque convocados por el anochecer y el "ya vamos" de sus madres.

A pocos metros del almacén que compartía estridente música popular, está una floristería. Su dueña reniega -como la mayoría- del frío que envuelve a esa hora el ambiente. Las diez horas que su negocio ha permanecido abierto le han parecido quince días. Para esa hora, había hecho tres veces las tareas que normalmente le toman un día. Consumida por el aburrimiento, decide tomar el teléfono.
- ¡Aló!
¿Cómo estás, hijita?
Nada pues, mal. La fiestera de la Meche no vino y me tocó atender todo el día. Chuchaqui ha de estar.
¡Ni un peso! Con decirte que no han entrado ni a pedirme la hora. Encima don Pepe me salió con que se le ha dañado la camioneta entonces no me trajo la carga de esta semana.
Ya voy a cerrar pero voy a esperar que acabe la misa por si alguien pasa a comprar algo...pero dime, ¿arreglaste el tema del agua?
- Buenas noches.
- ¿Sabes qué? Te llamo luego que tengo clientela. Dígame, joven, buenas noches, ¿buscaba un arreglito?
- No. Mas bien un ramo de éstas.
Diciendo esto, el muchacho apunta con sus manos unos claveles blancos, las frota rápidamente entre sí y las guarda en los bolsillos de su abrigo.
- Ya, bonito. ¿Quiere que le ponga algo más? Tengo estos girasoles. Uno o dos le vienen bien- dijo casi gritando-.
- No, los claveles solos están bien.
- En un ratito le tengo listo. Vea las tarjetas para que escoja hasta mientras.
- Quiero la blanca de ahí arriba.
¿Cuánto le debo?
- Son 70 pesos.
- ¿No está un poco caro?
- A 70 no me queda casi nada, joven. Pero le pongo más claveles para que vaya bien acompañado y quede bien esta noche.
La mujer y el muchacho sonríen a la vez que intercambian el dinero y el ramo.
- Gracias.
- Gracias a usted. Volverá.
Al atravesar la puerta, el joven se incorpora a la masa de personas que -a rápido paso- dejaron la iglesia luego de la misa. Ninguno de ellos se detiene en la floristería. Entonces, todavía renegada, la dueña cerró la tienda.

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