sábado, 9 de febrero de 2013

El color de la jaqueca (2)

por Gonzalo andRes

Blanco.

Adrián iba dispuesto a cumplir con su plan. Llevaba semanas planeando su viaje y no dejaría que nada ni nadie lo interrumpiera. Con una ejemplar meticulosidad, se aseguró de ocuparse de cada detalle. Juntó sus instrumentos en un portafolio, y pasó por la tienda comprando lo que le hacía falta. Su auto estaba en las mejores condiciones para viajar. El pasado viernes nos encontramos en la farmacia porque decidió alistar un botiquín; traía consigo una lista, y quien lo hubiera visto sin saber sus planes habría pensado que dejaría la ciudad por meses. Además, la noche anterior fui telefoneado a las nueve de la noche, para confirmar que viajaría.

Llegado el día, la ansiedad de Adrián alcanzó su máxima expresión. Despertó una hora antes que su alarma suene. Para prevenir demoras, pasó por la casa de cada uno de sus acompañantes -entre ellos, yo- con su coche. Íbamos a un lugar con una vista inigualable del fin de la cordillera, nos dijo. Salimos de la ciudad cuanto antes.

Sin embargo, no pasó una hora de viaje para que las nubes confluyeran sobre la vía. Mientras más nos alejamos, más empeoraba el clima. Para llegar seguros, debí pedir el volante del auto al nervioso Adrián. Nos cobijaba un firmamento grisáceo y él sugirió que dejemos el carretero y subamos montaña arriba por un sendero. Era la única manera de conseguir fotografías con la visibilidad que quedaba, dijo.

Al menos, Adrián ya no lucía tenso sino resignado a que necesitaría ir otro día en busca de los paisajes. 

Pocos metros lejos de la vía principal, los fuertes vientos trajeron una poco de niebla abajo. Detuve al coche y sugerí que haga unas tomas antes de perder visibilidad completa. Entonces Adrián y uno de nuestros amigos bajaron. Pronto, unos desesperados gritos de mujer fueron escuchados por nosotros. No entendí ninguna de las palabras y cada grito me estremeció más y más. Adrián me pidió que apague el motor para escuchar mejor. No alcanzaron a divisar a la mujer, por lo que empezaron a correr tras los sonidos. 

Tomaron unos diez minutos antes de retornar al vehículo. Los gritos habían mermado, dijeron, y quien quedó en el auto conmigo dijo que lo mejor sería irnos de allí.

Tras un suspiro, Adrián asintió con la cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario