lunes, 20 de abril de 2009

Jueves

por Gonzalo andRés

Mal día. No se trataba de una percepción, había en realidad sido un mal día. Empezó con algo tan simple como una mancha en la vestimenta, para después llegar a la discusión más caldeada sobre un tema que merecía minúscula atención. El atardecer lucía atractivo, tanto que contrastaba con los inesperados hechos de horas antes. No caben más detalles. Había sido un mal día… Entrada la noche, los ánimos eran casi nulos. Ya en casa, me serví una taza de café y lo acompañé con algo de jazz. Mientras lo tomaba, hojeaba el periódico. “Estos no son necesariamente tiempos fáciles…” versaba mi horóscopo del día. Muy buena vibra. Pasé a la agenda y anunciaban la inauguración de un bar. Todavía era temprano y sentí la necesidad de distraerme, así que dejé la taza de café y salí de casa.

Una vez allí, apenas pude acercarme a la puerta. Había una fila de gente, que presentaba su invitación antes de ingresar. Inmediatamente surgió una pregunta: ¿Por qué no lo había pensado antes de ir? ¿Por qué hacer público (a través de la prensa) un evento privado? Fue entonces cuando, y con solo girar mi cabeza, pude ver otro bar; decidí entrar y me senté en la barra. El sitio era acogedor y tenía una bonita decoración; además, fui atendido con una sonrisa. Sin embargo, se respiraba tensión en el ambiente. Bastaba contemplar los rostros de quienes habían ido a este sitio para notar desgano, malestar y cansancio. Parecía increíble, un bar hecho para quienes habíamos tenido un mal día. Casi podría hablar por todos los allí presentes, ese rincón significaba el escape ideal a los incidentes que nos abordaron durante la mañana.

Conforme hacía esta observación de mi entorno, cuatro jóvenes músicos hacían de una esquina su escenario. De inmediato comenzaron a afinar sus instrumentos y poner las conexiones a punto. Cuando estuvieron listos, se presentaron como ***, y sin decir más empezó el concierto. La primera canción capturó a todos quienes la escuchábamos. Sonidos atrayentes eran lo suyo, y la atención del público se centró en su música durante los minutos siguientes. Melodías absorbentes y cautivadoras, nunca antes escuchadas por mí. Las pequeñas pausas entre cada tema eran aprovechadas por los deleitados escuchas para regalar sonoros aplausos. Las caras largas y las miradas perdidas se convertían en un singular jolgorio. La inquietud se había desvanecido, y el ambiente era de fiesta. Me había contagiado de la euforia.

Ninguna persona se había movido de su asiento para seguir disfrutando de la placentera música que estos artistas traían. Cuando el concierto terminó, el grupo fue despedido con gritos, silbidos y palmas que duraron muchísimo. En eso, decidí acercarme a uno de ellos. Le dije, todavía emocionado, “Gracias. Había tenido un mal día y sus canciones me alejaron completamente de eso. De verdad, gracias”. Haciendo ademán de señalar su muñeca, este músico respondió: “Tranquilo, que el jueves ya se terminó”.

Miré mi reloj. Era medianoche.


1 comentario:

  1. Es una buena señal que le gusten los textos de Lucrecia Maldonado. Me parece chévere la cotidianeidad de sus historias. Le invito a visitar mi espacio www.nadiemelodijo.blogspot.com.

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